viernes, 24 de octubre de 2008

Ha dicho ma-má

A esta edad va a tener lugar un hito importantísimo: ¡empieza a hablar!

Un día el bebé quiere decir una palabra, y dice justo esa palabra. Lenta, clara, solemne... Sin duda, empieza a disfrutar un segundo antes de la reacción que se avecina. Ha comprobado cómo, hasta ese momento y a raíz de su balbuceo, los miembros de la familia se emocionan, aplauden, juran y perjuran que ha dicho «¡papá, mamá, teta!».

Ha tenido un gran éxito durante los interminables ensayos. En ellos ha alargado las vocales hasta el infinito para ver hasta dónde llegaban («aaaaaaaaaaaaaaaa»), ha comprobado el efecto de poner los labios así o asá («gu-gu pa-pa-pa-pa»), y lo ha repetido sin descanso si la combinación ejercía efecto en los presentes. Pero aún no estaba queriendo decir nada.

Alrededor del año los niños dicen su primera palabra con sentido pero, sobre todo, su primera palabra intencional: han dicho justo lo que querían decir. El regocijo es enorme. Antes de llegar a ser palabra, «agua» fue una sensación fresquita en la boca. Luego Carlos la vio, la tocó y se mojó, intentó coger un vaso y se le derramó.

Antes de ser palabra, «papá» fue unos brazos enormes que lo acunaron. Luego Carlos pudo ver esos brazos y todo lo demás, pudo tocarlo, olerlo, morderlo.

En la base del lenguaje está el contacto con la realidad. Los niños necesitan tocar la realidad con todos los sentidos antes de ser capaces de emitir esa abstracción que es la palabra. Un bebé que pasa muchas horas delante de la tele (artefacto que, paradójicamente, emite palabras y palabras) puede sufrir un retraso considerable en la adquisición del lenguaje. Se pierde lo más importante: el contacto con la realidad y alguien con quien compartirla.

Recién nacido

La primera forma de expresión es el llanto, disponible en cualquier versión y formato desde el primer segundo de vida. Durante las seis primeras semanas será la única herramienta del bebé para localizarnos, quejarse, pedir, avisar... Y es importante que funcione.

6 y 12 semanas

Aparece y se perfecciona la sonrisa, otra potente herramienta expresiva. Si ya había comprobado nuestra respuesta a su llanto, ahora conocerá la respuesta a la sonrisa.

A los tres meses

Su llanto se ha perfeccionado una barbaridad, tiene distintos ritmos y tonalidades según la causa. Es la época en la que la madre es capaz de saber «qué le pasa» por el tono y la urgencia. Pero, además, a los tres meses ya ensaya gorgoritos y vocales: «ooooooooo» dice Paula a menudo, divertida. Sabe que habrá eco.

Hacia los seis meses

Es la etapa del balbuceo. Ya habrá empezado a mezclar vocales y consonantes y a repetir la sílaba resultante: «papa- pa-pa», «ti-ti-ti-ti»... Perfeccionará la técnica dotando a sus balbuceos de diferentes tonillos. Entre los seis y los ocho meses tiene lugar otro hito: comienza a mostrar gran interés por todo lo que hablamos. Se para, escucha, observa, intenta repetir sonidos... Y aprende a establecer turnos de palabra. «Aiaiaia», dice José. Y calla, esperando la respuesta de su madre. «Claro, te vas a quedar limpio, limpio», arguye ella y calla, para dejarle el espacio necesario. «Aaaaaatatata», concluye el pequeño.

A los diez meses

La imitación de nuestra forma de hablar es muy divertida. Intercala sílabas diferentes, como «taca» o «tipi», cuenta con un amplio repertorio de tonos y se ayuda del lenguaje gestual: «adiós» con la mano, «no» con la cabeza, para reforzar su mensaje. Tiene muy claro lo que quiere decir. Hasta que por fin lo dice.

Hacia los doce meses

Ahora sí dice su primera palabra intencional, casi siempre para denominar algo: puede señalarlo con su dedo o mirarlo y nombrarlo. «Papá», se estrenó Yolanda. Al principio su interés se centra en definir objetos y personas, pero pronto se da cuenta de que puede tener otros fines, como pedir cosas: «Dame», es otra de las primeras palabras.

12 / 18 meses

Entra en el periodo de la palabra-frase, es decir: se resume en una sola palabra el contenido de una frase. Si dice «papá» señalando una pera, no se ha confundido. Está diciendo: «Papá, dame la pera».

18 meses / 2 años

Las frases pueden ser de dos, tres, cuatro palabras. Por supuesto, estarán compuestas por palabras clave: sustantivos, adjetivos y verbos. Nunca malgastará fuerzas con un «la» o un «en». Se trata de un lenguaje casi telegráfico y económico, pero con el que podrá comunicarse perfectamente. Hace combinaciones como: «¡Nene tonto!», en referencia a otro, «dame agua» o «guta parque».

2 / 3 años

Su vocabulario se amplia considerablemente, entre 50 y 250 palabras. Es capaz de conjugar sencillos tiempos verbales, añade nexos (y, o) y sus frases son cada vez más largas.

3 / 4 años

Desarrolla un lenguaje muy parecido al del adulto: 500, 1.500 palabras denotan su cada vez mayor facilidad para adquirir vocabulario. Aparecerán las preguntas, sobre todo el dichoso «por qué». Ha descubierto que, además de poder influir en la conducta de mamá, pedir cosas y expresar lo que siente, con el lenguaje puede conseguir otra cosa: desentrañar esos grandes misterios de la realidad a los que, hasta ahora, solo accedía a través de la trabajosa experimentación.

Cómo ayudarle

Nuestro hijo quiere comunicarse con nosotros. Podemos facilitarle las cosas.

● Dejarle espacio para la iniciativa. Cuando intente decirnos algo, no adelantarnos: «¿La mesa, la silla, el plato, la cuchara?», pregunta sin descanso el padre de Héctor cuando este señala hacia la mesa e intenta decir algo. Cuando Laura señala la manzana su mamá no debería apresurarse a dársela. Si le deja tiempo, Laura hará el esfuerzo y dirá «nana» o «mame».

● Respetar los silencios, porque si le hablamos sin parar no desarrollará los turnos de palabra, y además podemos crearle mucha ansiedad. Cuando alguien se acerca a él y le pregunta: «¿Qué te han traído los Reyes?», no debemos responder en su lugar. Si no responde, respetemos su silencio, y si dice cualquier cosa, ahí queda.

● Ajustar el lenguaje cuando nos dirigimos a él: eso no quiere decir, ni mucho menos, que le hablemos como si no se enterara. Pero sí podemos escoger frases de estructura y vocabulario más sencillo. Cuando hablemos con los demás, utilizaremos el lenguaje habitual, aunque él esté delante.
Fácil

Las vocales son lo primero que aprenden, y suelen aparecer por este orden:
A I U E O
Después, empiezan a mezclarlas con sus primeras consonantes:
La P («pa-pa-pa», dirá el pequeño, y pensaremos que está diciendo «papá»).
La G («gugugu»; «agua» es una de sus primeras palabras).
Y la B («bubu», «bababa », nos contará).


● Hacer correcciones indirectas, es decir: si dice «guau» por perro, confirmar: «Sí, es un perro». No debemos corregirle nunca directamente, ni intentar que repita las cosas como las decimos. Nosotros le ofrecemos ejemplos y ellos los copian, pero cada uno a su propio ritmo.

● Aplicar la «expansión»: cuando aún dice frases de una o dos palabras, añadir siempre al menos una más. «Papá », dice Javi. «Qué alto es papá », corrobora mamá. «Guau core», afirma luego el pequeño. «Sí, el perro corre rápido». Podemos hacer más o menos hincapié en algunas palabras.

● Valorar todos sus logros muy positivamente.

● Crear preguntas de elección: «¿Quieres jugar al puzle o a los animales?», para ayudarle a nombrar las cosas. Está claro que para que adquiera la estructura de la pregunta hay que hacerle preguntas.

● Cantar con ellos: les resulta más sencillo recordar las palabras ligadas a un ritmo musical, sobre todo porque se divierten. Y a esta edad solo aprenden lo que necesitan, les gusta o divierte. Si aún no han empezado a hablar, las canciones infantiles están cargadas de onomatopeyas («en el coche de papá...») que repiten encantados.

● Adecuar el entorno, dejarles espacio para jugar, cogerlo todo y dar rienda suelta a su iniciativa. El desarrollo de la psicomotricidad les ayudará a la adquisición del lenguaje.

● Contarle cuentos.

Imprescindible

No ha sido casualidad que nuestro hijo haya llegado hasta su primera palabra, y después más y más... Si ha hablado es que nosotros hemos hablado antes con él. Cuando el niño intenta comunicarse y no hay respuesta, disminuye su deseo de comunicarse con el mundo; tendrá dificultades para aprender a hablar. Lo que le empuja a adquirir el lenguaje es el deseo de hablar con nosotros. Así, en apenas un año, ese pequeño llorón será capaz de hablar, una habilidad que a nuestra especie le costó adquirir cientos de millones de años.
Difícil

Las más difíciles son, sin duda, las consonantes dobles:
La tr («papajando», responde Marina cuando le preguntan dónde está su padre).
Y la dr (su amigo Pedro puede ser «Perrrro» hasta bien entrados los 6 ó 7 años).
También les puede costar la S al principio de la sílaba (suelen hacer una mezcla entre la S y la Z muy característica del habla infantil).

Cuándo acudir a un especialista

La adquisición del lenguaje depende de la estimulación que recibe y de la madurez de cada bebé, así que cada niño sigue su propio ritmo. De todas formas, hay algunas cuestiones que nos pueden alertar acerca de la necesidad de consultar con un especialista:

● Si a los 18 meses todavía no ha dicho ninguna palabra, podemos consultar con un logopeda. Puede deberse a una falta de estimulación, pero también puede haber algún problema de audición. Con esta visita descartaremos cuestiones más graves, como el autismo, por ejemplo.

● Si a los tres años no dice aún frases de al menos dos palabras, o su vocabulario nos parece muy escaso (a esta edad suelen saber entre 50 y 250 palabras), también es aconsejable consultar con un profesional que nos ayude.

● Si a los cinco años emite muchos sonidos trastocados (la g por la b, por ejemplo), también conviene que acudamos a un logopeda. Puede que no haya identificado y «ensayado » suficientemente algunas consonantes (las más difíciles, normalmente) y por lo tanto no sabe emitirlas. Es bueno acudir al logopeda antes de que empiece a leer.

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